sábado, 6 de marzo de 2010

Sin título

Hojas amarillas levantadas del suelo por la brisa veraniega, que imitando los trazos de las estatuas griegas y romanas, forman un majestuoso remolino. Sendas sinuosas serpentean entre los valles buscando la sombra que se esconde tras las montañas. Sueños de amor adolescente que desaparecen al ritmo de la puesta de sol. Cadencia en la disposición de los árboles, situados en el precipicio del corazón, donde mueren todos los primerizos inocentes, donde empieza, prosigue y termina el fin, donde los ríos fluyen para llegar al mar, a la muerte, al vacío, a la nada. Dos nubes susurrándose secretos al oído, conspirando para ocultar la luz, para impedir el apogeo de la belleza natural; dos cuchillos entrando a través de mi piel, arrancando con rudeza ríos de sangre, sangre que llegará al río, que llegará al mar, a la muerte, al vacío, a la nada. El canto humilde de los pájaros brotando como manantial de vida, apagado por la violencia de las nubes, empañado como un cristal vaporoso bajo la lluvia. La lucha por sobrevivir entre la desolación, entre la tristeza, entre las hojas amarillas que revolotean a mi alrededor. La textura de la mano de Veronik, la palma arrugada y recia, la piel superior contrapuesta con la aspereza de la palma, los dedos largos, finos, de pianista, las uñas endebles y mordisqueadas, interrumpidas por el vuelo repentino de un gorrión simulando un aeroplano de inicios del siglo XX, alas extendidas aerodinámicamente, cabeza erguida, vuelo rápido, ruidoso, no por sus alas al batir, sino por su gorgotear, que distrae mi atención y la de las nubes, que se silencian complacidas por la estética al planear. Retrocruzamiento de ideas, intercambio del pequeño amigo avícola por el final de la extremidad de Veronik. Imposibilidad de mantener el pensamiento donde yo deseo, explosión intensa del amor desnutrido que vemos como abandona la que creíamos su habitual morada, su hogar, en el que se había instalado para siempre, hasta hoy. Inundación del lenguaje, del corazón, desbordamiento masivo. El río remueve la verde vegetación, la vida, vituperándola sin contemplación, la violencia vuela variando su dirección, violaciones autorizadas del amor, impuestas por la inexperiencia, por el poco rubor, fluctuaciones juveniles de pasión, aparente inverosimilitud de la realidad, contraria a la imaginación, opuesta a la virtud.
-¿Quieres que nos sentemos?-.
-Sí-.
El frescor verde de la hierba acariciando mis plantas de los pies, cosquilleo infinito que intenta abrir una rendija para introducir el dolor frío, inherente al ímpetu quinceañero, que convivirá en mi alma a la que se agarrará con cadenas macizas, a la que subyugará con aguijonazos perpetuos, con la que entablará amistad verdadera, plena, la que se forja con el inexorable paso del tiempo. Mi hombro rozando su blusa, desabotonada hasta el tercer botón, mostrando el inicio de exuberantes senos, ocultando secretos tan solo descubiertos por mí, puestos mañana a disposición cualquiera.
No deseo que marches mañana, permanece eternamente recostada sobre mí.
Cabellos castaños ondulados, posados sobre los pomulos, sobre los hombros, cayendo suavemente por la espalda hacia el suelo, tocando la hierba con la punta. El contraste del intenso verde vegetal con el marrón miel. Paisaje de estilo impresionista, la dama de la isla de la isla de la Grande Jatte.

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