Leí anteayer en El País un artículo sobre una exposición que se iba a celebrar en Barcelona, su título: Paco Gómez, orden y desorden. Confieso que hice clic en el rótulo/link casi por inercia, pues, por mi desconocimiento acerca de Paco Gómez y su obra, esperaba encontrar la típica exposición con fotografías de la Guerra Civil (por Guerra Civil podemos sustituir casi cualquier motivo de índole parecida), cuando de pronto algo me hizo sospechar de que quizás iba a equivocarme. Comencé a leer el texto que acompañaba las imágenes, antes incluso de verlas (Nota: Esto quizás demuestre una teoría que a veces me ronda por la cabeza: me gusta más teorizar sobre las cosas, que las cosas en sí. Debo meditarlo profundamente, el día que lo haga y si llego a alguna conclusión, prometo hacerla pública), y ciertas palabras me llamaron la atención: fachadas, humedades, sombras, formas,… Como si fuera un acto reflejo, un nombre se apareció en el horizonte: Aaron Siskind, aquel que trunco todas mis expectativas como fotógrafo algunos años atrás. De la mano de Siskind, otro viejo conocido que también ha pasado por aquí en más de una ocasión hizo aparición en la sala: Edward Weston. Y con ellos dos toda una serie de preguntas: ¿Existirá un fotógrafo español que haya dedicado su obra a algo diferente del fotorreportaje? ¿De ser así, habrá seguido el mismo camino de los dos colegas citados unas líneas más arriba? Sin perder más tiempo, seguí leyendo todo el artículo y cual fue mi sorpresa/alegría cuando pude corroborar que sí. ¡Había existido alguien en España que había jugado con el lenguaje fotográfico! En cuanto hube confirmado esta hazaña, paré de leer, y mis ojos buscaron como locos las imágenes. Necesitaba confirmar las pruebas. Las primeras que vi me gustaron, se percibía enseguida el afán renovador, nótese que no he querido decir modernista, como absoluto protagonista de la obra.



Las líneas, los planos, los volúmenes, los contrastes dominaban todo el encuadre, se erigían como las reinas de la fiesta. Eso era justo lo que yo buscaba, pero había algo que no me acababa de convencer. Las imágenes aparentemente mostraban todo lo que yo le exijo a una buena fotografía, no existía ningún motivo aparente por el cual mi estado no se viese alterado, como me había sucedido otras veces, por ejemplo cuando descubrí a Cartier-Bresson, a Robert Cappa… Seguí mirando hasta que llegué a la cuarta instantánea: una vieja fachada del paseo de la Habana de 1974.

De pronto mi mente se iluminó, se excitó, se sobrecogió, se aísló completamente de lo que la rodeaba y lo hizo todo al mismo tiempo. La belleza de la fotografía era sublime, conjugaba a la perfección los motivos postimpresionistas tranformándolos en una unidad completa, en un todo indivisible y no solo eso, además no dejaba de lado ni la composición, ni las texturas, características normalmente asociadas a un uso más clásico, pero que no por ello han de caer en el olvido (Este suele ser el gran problema del arte moderno: no es capaz de innovar sin mantener las virtudes de épocas pasadas). Toda la imagen está perfectamente ordenada, los planos, las líneas, se distribuyen homogéneamente, las zonas oscuras contrastan con las claras, las líneas rígidas con las curvas. Todos los elementos están perfectamente armonizados entre sí. La fotografía es el triunfo de la unión de todos los elementos que la conforman, en representación de las dos grandes escuelas que dominan el panorama actual del arte pictórico: (Ahora me permito robar, sacar de contexto y utilizar indebidamente palabras del mundo de la Pintura. Lo hago obligado por la ausencia de términos en la Fotografía que definan los conceptos que quiero expresar y no deseo que sirvan como precedente. Prometo no volver a hacerlo) abstracción y figuración. Sin duda, tenía ante mí, aunque solamente fuera en la pantalla de mi ordenador, una de las mejores fotografías que nunca había tenido la oportunidad de admirar. Una de las más perfectas fusiones entre antigüedad y contemporaneidad, entre clasicismo y modernidad, entre tradición y originalidad. Me quedé casi cinco minutos embobado, sin pensar en nada más, totalmente fuera del lugar físico en el que me hallaba. Fue una experiencia extremadamente hermosa e intensa. De lo mejor que me ha sucedido últimamente.
Del resto de imágenes que completan la serie no voy a decir nada, lo siento mucho, pero olvidé que existían debido al éxtasis que me embriagaba.