sábado, 23 de octubre de 2010

Max; Insomnio.


Otra noche más con insomnio, vagabundeando por las calles de la ciudad. Como cada día he perseguido sombras, gatos negros, he caminado sin rumbo fijo, a veces incluso en círculos, he visualizado fotografías, analizado ángulos de visión, contrastado iluminaciones, hasta he imaginado el plano secuencia que abriría mi primera película, la que rodaré con los beneficios que obtenga por la publicación de X, la novela que estoy escribiendo. 
Hoy mi paseo no ha sido especial, igual que tampoco lo fue el de ayer ni lo será el de mañana, no ha habido nada digno de narrar salvo el breve encuentro con Max, el mendigo que todos los días veo recostado en la puerta de la iglesia. No le dejaban quedarse en las escaleras en las que duerme todos los días y como medida de protesta ha orinado todo lo que hasta ayer fue su hogar, incluso sus propios pantalones. Después de su hazaña se ha marchado orgulloso al portal de enfrente. Seguramente, haya elegido ese lugar para poder disfrutar de las vistas a su antigua casa. No querrá perderse los gestos de asco de las ancianas al notar el hedor mañana por la mañana, cuando acudan temprano a su sesión religiosa. 
Por el camino de un lugar a otro, nuestras miradas se han cruzado, mientras refunfuñaba orgulloso un “así aprenderán a no meterse con la estrella del barrio, lo llevan claro los locos estos”. Creo que no le falta razón, sin duda es la persona más interesante y cuerda del distrito, aunque como a casi todos los que conozco, le han fallado las formas. Siempre lo mismo. Una bella historia, un argumento definitivo, echados a perder por la brusquedad, la falta de estilo y la ira. Que le vamos a hacer, tampoco voy a exigirle a la gente de mi vida que sean Proust. Hay que conformarse con lo que hay. Ya llegará el día en que se reconozca que... Paciencia.

lunes, 18 de octubre de 2010

sábado, 16 de octubre de 2010

El suicidio como ejemplo de elegancia, belleza y libertad


Debo reconocer que siempre me ha atraído la palabra suicidio, todas las caras que forman su poliédrica estructura me parecen extremadamente interesantes; es un concepto bello, libre, elegante, perfecto; una unidad completa, cerrada, principio y final. Es la obra total a la que todo ser humano aspira a lo largo de su vida, el culmen de nuestra existencia, el punto de no retorno, el instante decisivo que diría Cartier-Bresson pero extrapolado del mundo de la fotografía al de la vida diaria, de la realidad a la ficción.
Analicemos el por qué de esta cuestión.
¿Qué puede haber más hermoso que abandonar este mundo por voluntad propia? La respuesta es fácil: Nada. La belleza de un gesto tan noble, tan verídico, tan real, tan justo no es comparable a ningún otro acto que un ser humano pueda llevar a cabo. El suicidio es un ejercicio de libertad máxima; nosotros tomamos la decisión de cuando nos vamos de aquí, de cuando dejamos de ser un personaje de esta larga novela llamada humanidad, nadie nos impone la llegada de la muerte, ni Dios, ni la naturaleza, ni siquiera nuestra familia o amigos. La elegimos nosotros a ella. No nos elige ella a nosotros. La decisión será siempre personal, intransferible y por tanto leal. ¿Leal a qué? A nuestros principios, a nuestra manera de ver la ficción de la que habla Jean Pierre Leaud en la Mamain et la Putain. Es la nobleza disfrazada de acción, de actitud, de muerte. La fidelidad, tan acertadamente denostada en este siglo XX, retorna al primer plano mostrando su cara más amable, más lúcida, la que nunca debiera haber abandonado. ¿Por qué ese miedo a la no existencia? ¿Por qué arrastrar la vida por el fango, exprimiendo cada uno de sus últimos y penosos coletazos? No entiendo el miedo que siente el gentío ante la muerte, pues al fin y al cabo es nuestro estado natural; no olvidemos que la vida es la excepción de la muerte y no al contrario. Hay que ser elegante, educado, agradecido. Si la vida nos permite disfrutar cincuenta años, no la estiremos como haríamos con un chicle mascado, tirémosla a su debido contenedor para que pueda ser reciclada y reutilizada por otros. ¿Qué sentido tiene finalizar nuestra obra en la Tierra y proseguir la existencia? Hagan como el francés Levé, desprendan de Ustedes toda la literatura, el cine, la pintura,… que lleven dentro y márchense. 
No estropeen el precioso regalo con el que se nos sorprendió tiempo atrás: . Recuerden que se nos ofrecieron un juguete tierno, carnoso, húmedo y, que en un 99% de los casos, devolvemos una cáscara de nuez arrugada, seca, carcomida por el cáncer, la sífilis o cualquier otro medio que la madre naturaleza pone a nuestro alcance para ayudarnos a salir de la fugacidad y penetrar en la eternidad del vacío, de la nada. Así, que por favor, Caballeros y damas, por su propio bien y por el de los demás, suicídense. El mundo se lo agradecerá.


viernes, 8 de octubre de 2010

Paco Gómez

Leí anteayer en El País un artículo sobre una exposición que se iba a celebrar en Barcelona, su título: Paco Gómez, orden y desorden. Confieso que hice clic en el rótulo/link casi por inercia, pues, por mi desconocimiento acerca de Paco Gómez y su obra, esperaba encontrar la típica exposición con fotografías de la Guerra Civil (por Guerra Civil podemos sustituir casi cualquier motivo de índole parecida), cuando de pronto algo me hizo sospechar de que quizás iba a equivocarme. Comencé a leer el texto que acompañaba las imágenes, antes incluso de verlas (Nota: Esto quizás demuestre una teoría que a veces me ronda por la cabeza: me gusta más teorizar sobre las cosas, que las cosas en sí. Debo meditarlo profundamente, el día que lo haga y si llego a alguna conclusión, prometo hacerla pública), y ciertas palabras me llamaron la atención: fachadas, humedades, sombras, formas,… Como si fuera un acto reflejo, un nombre se apareció en el horizonte: Aaron Siskind, aquel que trunco todas mis expectativas como fotógrafo algunos años atrás. De la mano de Siskind, otro viejo conocido que también ha pasado por aquí en más de una ocasión hizo aparición en la sala: Edward Weston. Y con ellos dos toda una serie de preguntas: ¿Existirá un fotógrafo español que haya dedicado su obra a algo diferente del fotorreportaje? ¿De ser así, habrá seguido el mismo camino de los dos colegas citados unas líneas más arriba? Sin perder más tiempo, seguí leyendo todo el artículo y cual fue mi sorpresa/alegría cuando pude corroborar que sí. ¡Había existido alguien en España que había jugado con el lenguaje fotográfico! En cuanto hube confirmado esta hazaña, paré de leer, y mis ojos buscaron como locos las imágenes. Necesitaba confirmar las pruebas. Las primeras que vi me gustaron, se percibía enseguida el afán renovador, nótese que no he querido decir modernista, como absoluto protagonista de la obra. 
Las líneas, los planos, los volúmenes, los contrastes dominaban todo el encuadre, se erigían como las reinas de la fiesta. Eso era justo lo que yo buscaba, pero había algo que no me acababa de convencer. Las imágenes aparentemente mostraban todo lo que yo le exijo a una buena fotografía, no existía ningún motivo aparente por el cual mi estado no se viese alterado, como me había sucedido otras veces, por ejemplo cuando descubrí a Cartier-Bresson, a Robert Cappa… Seguí mirando hasta que llegué a la cuarta instantánea: una vieja fachada del paseo de la Habana de 1974.


De pronto mi mente se iluminó, se excitó, se sobrecogió, se aísló completamente de lo que la rodeaba y lo hizo todo al mismo tiempo. La belleza de la fotografía era sublime, conjugaba a la perfección los motivos postimpresionistas tranformándolos en una unidad completa, en un todo indivisible y no solo eso, además no dejaba de lado ni la composición, ni las texturas, características normalmente asociadas a un uso más clásico, pero que no por ello han de caer en el olvido (Este suele ser el gran problema del arte moderno: no es capaz de innovar sin mantener las virtudes de épocas pasadas). Toda la imagen está perfectamente ordenada, los planos, las líneas, se distribuyen homogéneamente, las zonas oscuras contrastan con las claras, las líneas rígidas con las curvas. Todos los elementos están perfectamente armonizados entre sí. La fotografía es el triunfo de la unión de todos los elementos que la conforman, en representación de las dos grandes escuelas que dominan el panorama actual del arte pictórico: (Ahora me permito robar, sacar de contexto y utilizar indebidamente palabras del mundo de la Pintura. Lo hago obligado por la ausencia de términos en la Fotografía que definan los conceptos que quiero expresar y no deseo que sirvan como precedente. Prometo no volver a hacerlo) abstracción y figuración. Sin duda, tenía ante mí, aunque solamente fuera en la pantalla de mi ordenador, una de las mejores fotografías que nunca había tenido la oportunidad de admirar. Una de las más perfectas fusiones entre antigüedad y contemporaneidad, entre clasicismo y modernidad, entre tradición y originalidad. Me quedé casi cinco minutos embobado, sin pensar en nada más, totalmente fuera del lugar físico en el que me hallaba. Fue una experiencia extremadamente hermosa e intensa. De lo mejor que me ha sucedido últimamente.
Del resto de imágenes que completan la serie no voy a decir nada, lo siento mucho, pero olvidé que existían debido al éxtasis que me embriagaba.