sábado, 23 de octubre de 2010

Max; Insomnio.


Otra noche más con insomnio, vagabundeando por las calles de la ciudad. Como cada día he perseguido sombras, gatos negros, he caminado sin rumbo fijo, a veces incluso en círculos, he visualizado fotografías, analizado ángulos de visión, contrastado iluminaciones, hasta he imaginado el plano secuencia que abriría mi primera película, la que rodaré con los beneficios que obtenga por la publicación de X, la novela que estoy escribiendo. 
Hoy mi paseo no ha sido especial, igual que tampoco lo fue el de ayer ni lo será el de mañana, no ha habido nada digno de narrar salvo el breve encuentro con Max, el mendigo que todos los días veo recostado en la puerta de la iglesia. No le dejaban quedarse en las escaleras en las que duerme todos los días y como medida de protesta ha orinado todo lo que hasta ayer fue su hogar, incluso sus propios pantalones. Después de su hazaña se ha marchado orgulloso al portal de enfrente. Seguramente, haya elegido ese lugar para poder disfrutar de las vistas a su antigua casa. No querrá perderse los gestos de asco de las ancianas al notar el hedor mañana por la mañana, cuando acudan temprano a su sesión religiosa. 
Por el camino de un lugar a otro, nuestras miradas se han cruzado, mientras refunfuñaba orgulloso un “así aprenderán a no meterse con la estrella del barrio, lo llevan claro los locos estos”. Creo que no le falta razón, sin duda es la persona más interesante y cuerda del distrito, aunque como a casi todos los que conozco, le han fallado las formas. Siempre lo mismo. Una bella historia, un argumento definitivo, echados a perder por la brusquedad, la falta de estilo y la ira. Que le vamos a hacer, tampoco voy a exigirle a la gente de mi vida que sean Proust. Hay que conformarse con lo que hay. Ya llegará el día en que se reconozca que... Paciencia.

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