sábado, 16 de octubre de 2010

El suicidio como ejemplo de elegancia, belleza y libertad


Debo reconocer que siempre me ha atraído la palabra suicidio, todas las caras que forman su poliédrica estructura me parecen extremadamente interesantes; es un concepto bello, libre, elegante, perfecto; una unidad completa, cerrada, principio y final. Es la obra total a la que todo ser humano aspira a lo largo de su vida, el culmen de nuestra existencia, el punto de no retorno, el instante decisivo que diría Cartier-Bresson pero extrapolado del mundo de la fotografía al de la vida diaria, de la realidad a la ficción.
Analicemos el por qué de esta cuestión.
¿Qué puede haber más hermoso que abandonar este mundo por voluntad propia? La respuesta es fácil: Nada. La belleza de un gesto tan noble, tan verídico, tan real, tan justo no es comparable a ningún otro acto que un ser humano pueda llevar a cabo. El suicidio es un ejercicio de libertad máxima; nosotros tomamos la decisión de cuando nos vamos de aquí, de cuando dejamos de ser un personaje de esta larga novela llamada humanidad, nadie nos impone la llegada de la muerte, ni Dios, ni la naturaleza, ni siquiera nuestra familia o amigos. La elegimos nosotros a ella. No nos elige ella a nosotros. La decisión será siempre personal, intransferible y por tanto leal. ¿Leal a qué? A nuestros principios, a nuestra manera de ver la ficción de la que habla Jean Pierre Leaud en la Mamain et la Putain. Es la nobleza disfrazada de acción, de actitud, de muerte. La fidelidad, tan acertadamente denostada en este siglo XX, retorna al primer plano mostrando su cara más amable, más lúcida, la que nunca debiera haber abandonado. ¿Por qué ese miedo a la no existencia? ¿Por qué arrastrar la vida por el fango, exprimiendo cada uno de sus últimos y penosos coletazos? No entiendo el miedo que siente el gentío ante la muerte, pues al fin y al cabo es nuestro estado natural; no olvidemos que la vida es la excepción de la muerte y no al contrario. Hay que ser elegante, educado, agradecido. Si la vida nos permite disfrutar cincuenta años, no la estiremos como haríamos con un chicle mascado, tirémosla a su debido contenedor para que pueda ser reciclada y reutilizada por otros. ¿Qué sentido tiene finalizar nuestra obra en la Tierra y proseguir la existencia? Hagan como el francés Levé, desprendan de Ustedes toda la literatura, el cine, la pintura,… que lleven dentro y márchense. 
No estropeen el precioso regalo con el que se nos sorprendió tiempo atrás: . Recuerden que se nos ofrecieron un juguete tierno, carnoso, húmedo y, que en un 99% de los casos, devolvemos una cáscara de nuez arrugada, seca, carcomida por el cáncer, la sífilis o cualquier otro medio que la madre naturaleza pone a nuestro alcance para ayudarnos a salir de la fugacidad y penetrar en la eternidad del vacío, de la nada. Así, que por favor, Caballeros y damas, por su propio bien y por el de los demás, suicídense. El mundo se lo agradecerá.


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