domingo, 30 de noviembre de 2008

La notte

Oscuridad, eternidad, estrellas. El cielo negro cubre todo lo que durante el día ha sido bañado por el sol, un halo mágico sobrevuela los lugares más recónditos y escondidos que quedan por descubrir. Las estrellas brillan recordándonos nuestra insignificancia. Tengo los ojos abiertos, no me canso de mirar el cielo, buscando no sé el que, de repente los cierro, no noto diferencia alguna, la misma paz invade mi espíritu en las dos situaciones, no puedo creer que tan sólo yo esté en este estado de embriagadez, que nadie en toda la tierra esté disfrutando de este espectáculo tan maravilloso. La belleza de la naturaleza en su esencia más pura, ningún tipo de contaminación, solamente las luces de un lejano pueblo que resplandecen en lo bajo de la ladera, pero que no tienen el suficiente poder como para despertarme de mi placentero sueño. Era imposible que algo pudiera hacerme abandonar mi felicidad; era el momento perfecto, por el que se trabaja toda la vida, por el que compensa haber sufrido durante una larga y mísera existencia. Mi mente no podía imaginar otras personas en ese momento, sólo estaba yo, los demás no importaban, nadie podría saborear tanto ese instante como yo lo estaba haciendo; hubiera sido estúpido intentar convencer a alguien de que ese rincón podía convertirse en el lugar más paradisíaco del planeta, se necesitaba tener una sensibilidad especial para poder degustar todos los detalles que me ofrecía mi elevada posición.

sábado, 1 de noviembre de 2008

John Sterfeld




Para empezar a entender esta fotografía de John Sterfeld debemos situarnos en el contexto de la triste historia que acompaña a tan magnífica instantánea. La fotografía como se puede apreciar, fue tomada enfrente del edificio del departamento de vivienda y desarrollo urbanístico de una ciudad cualquiera de los EEUU. Concretamente no puedo decir cual es, pero esta información no es necesaria para comprender lo abajo escrito.
Delante de este edificio, una mujer, madre de dos hijos, perdió la vida una fría noche de invierno. Como parece evidente, la desdichada mujer no tenía casa en la que pasar la noche, por lo que decidió recostarse en la parada de autobús, intentando resguardarse del mal tiempo. Resulta más que llamativo, que una persona pierda su vida delante de este imponente bloque de pisos porque no tiene un hogar en el que recogerse cuando llega el duro invierno estadounidense.

Ahora ya podemos examinar la foto detenidamente para descubrir más detalles interesantes.
Quiero dejar para el final la parte más interesante de la fotografía (para llevarnos un buen sabor de boca cuando acabemos de leer) por lo que primero nos fijaremos en como se reparte el espacio dentro del encuadre. Podemos notar la presencia de dos planos claramente diferenciados, el que engloba el edificio y uno delantero que incluye la parada de autobús, la papelera de la derecha y el árbol de la izquierda. Uniendo los planos podemos ver la carretera, que aporta cohesión entre los dos elementos principales de la fotografía. En el plano posterior podemos apreciar que el edificio es tan grande que no cabe en el encuadre, lo que le otorga fuerza y pesadez, da la impresión de no tener fin y que se levanta indefinidamente sobre nuestras cabezas. En el plano delantero, podemos ver en el centro una parada de autobús, una papelera a la izquierda de la misma y un árbol sin hojas a la derecha. Los componentes del espacio están situados de forma simétrica y se hallan en perfecto equilibrio.
Pero esta imagen no destaca por la organización espacial, sino por el ritmo, que es tremendamente regular, pesado, se podría decir que es hasta aburrido: la imagen está caracterizada por la ausencia total de movimiento, por la estaticidad más absoluta. Las diminutas y numerosas ventanas, todas cuadradas y estrictamente ordenadas, la parada de autobús en primer término, con su recta estructura, la papelera con forma de cubo regular a la derecha de la citada parada, las líneas blancas pintadas sobre el asfalto, el bordillo que separa la calzada de la acera,… todas las líneas, sin excepción, son horizontales o verticales y por los tanto ortogonales entre sí y remarcan claramente la regularidad que domina toda la imagen.

Esta frialdad y ausencia de vida, acentuada por detalles del párrafo anterior, es la que Sterfeld nos quiere hacer llegar mediante la fotografía; una persona se acerca al edificio que, presumiblemente, era el lugar en el que su problema debía ser solucionado y no solo no encuentra ayuda a su problema, sino que este lugar se convierte en testigo de su muerte, en un testigo impasible, carente de cualquier sentimiento de bondad o misericordia.

Parece clara la actitud crítica de la fotografía con la que Sternfeld nos muestra la cara más despiadada del ser humano, un ser humano que es capaz de construir edificios inmensos, carreteras, al que casi no le ha costado esfuerzo dominar el mundo, pero que no es capaz de tener un simple gesto de bondad con el que poder salvar una vida, que aunque muchos no lo crean tiene el mismo valor que la que pueda tener la del arquitecto que diseñó el bloque de pisos mostrado en la imagen, la del fotógrado que tomó la instantánea o la de cualquiera que se detenga unos segundos a contemplarla.

domingo, 12 de octubre de 2008

9 de Octubre: la vergüenza

Con motivo de la festividad del 9 de Octubre mi mente se escandaliza ante la ofensa a la paz y al civismo que se realiza al festejar la expulsión del pueblo árabe varios siglos atrás. En dicho día, los valencianos, colectivo en el que no me incluyo (soy valenciano ya que por azar nací aquí, esto es lo único que me une a este lugar), celebran la masacre realizada en estas tierras para eliminar de ellas a los musulmanes que anteriormente las habían conquistado. Creo que la mayoría de las personas asistentes a los desfiles y que cantan orgullosos el himno de la comunidad no se han parado a recapacitar el motivo por el que se han reunido, y que por tanto no son conscientes de lo que realmente están festejando.

En el siglo XIII, el ejército cristiano encabezado por Jaume I o Jaime I de Aragón fue el protagonista de una gran masacre en la que los musulmanes fueron asesinados, esclavizados y erradicados de las tierras valencianas, como si en lugar de personas con ideas diferentes a las del ejército cristiano, fuesen una plaga invasora con la que era imposible convivir y de la que nada se podía aprender. Todas las acciones perpetradas por el ejército del “gran” Jaime I actualmente serían condenadas por cualquier tribunal moderno, ya que atentan contra los derechos humanos. Dicho ejército asesinó seres humanos por el mero hecho de tener una cultura diferente, porque su piel no es del mismo matiz que la de ellos o porque su religión no era la misma. No se si se han fijado pero esos valores son los mismos que los que sirvieron de base a la política antisemita que el mismísimo Adolph Hitler quiso imponer al mundo durante el siglo XX y que ahora a todos ( o casi todos, aunque parezca increíble todavía quedan adeptos al movimiento nacionalsocialista) nos parecen totalmente fuera de lugar. Que Hitler y su séquito quisieran eliminar al pueblo judío nos parece una aberración al sentido común y sin embargo, no se tiene ningún reparo al celebrar que miles de personas fueron asesinadas, debido a que sus rasgos físicos y sus costumbres no son como las de los occidentales. Quizás haya quien declare esos asesinatos como justificados, pues se debía recuperar la tierra ufanada años atrás; a todos ellos me gustaría recordarles una cita de Jean Luc Godard en Notre musique, película dirigida por él (cita que no es suya, pero que llegó hasta mi gracias a él): Matar a una persona para defender una ideología no es defender una ideología, es matar a una persona. Como bien puede entenderse, quitarle la vida a alguien no es algo de lo que se deba estar orgulloso, más bien todo lo contrario, deberíamos avergonzarnos profundamente por lo sucedido y tratar de que no se reproduzcan hechos como los anteriormente narrados.

En la actualidad, el pueblo árabe forma parte de nuestra sociedad y sin duda no se alegrarán al contemplar como los valencianos se jactan y se enorgullecen de haberlos asesinado años atrás. Imagínense que sentiríamos si dentro unos años se rindiera culto a los atentados acaecidos en Madrid o en Nueva York. Nos parecería un ataque al sentido común que alguien pueda tomar como motivo de una celebración la muerte de tantos seres humanos.

Como conclusión sólo añadiré que, aunque parezca una idea totalmente utópica, que espero que dichas celebraciones cesen de inmediato, ya que están totalmente fuera de lugar. Valencia quiere crecer como ciudad y convertirse en una urbe moderna, pero mientras siga teniendo como base una sociedad anclada en prejuicios propios de una cultura del siglo XIII, poco podremos avanzar o por lo menos no lo hará en la dirección correcta.