domingo, 30 de noviembre de 2008

La notte

Oscuridad, eternidad, estrellas. El cielo negro cubre todo lo que durante el día ha sido bañado por el sol, un halo mágico sobrevuela los lugares más recónditos y escondidos que quedan por descubrir. Las estrellas brillan recordándonos nuestra insignificancia. Tengo los ojos abiertos, no me canso de mirar el cielo, buscando no sé el que, de repente los cierro, no noto diferencia alguna, la misma paz invade mi espíritu en las dos situaciones, no puedo creer que tan sólo yo esté en este estado de embriagadez, que nadie en toda la tierra esté disfrutando de este espectáculo tan maravilloso. La belleza de la naturaleza en su esencia más pura, ningún tipo de contaminación, solamente las luces de un lejano pueblo que resplandecen en lo bajo de la ladera, pero que no tienen el suficiente poder como para despertarme de mi placentero sueño. Era imposible que algo pudiera hacerme abandonar mi felicidad; era el momento perfecto, por el que se trabaja toda la vida, por el que compensa haber sufrido durante una larga y mísera existencia. Mi mente no podía imaginar otras personas en ese momento, sólo estaba yo, los demás no importaban, nadie podría saborear tanto ese instante como yo lo estaba haciendo; hubiera sido estúpido intentar convencer a alguien de que ese rincón podía convertirse en el lugar más paradisíaco del planeta, se necesitaba tener una sensibilidad especial para poder degustar todos los detalles que me ofrecía mi elevada posición.

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