En esta fotografía, tomada el lunes 29 de diciembre de 2008, se nos muestra la calle Vinalopó, una calle situada en Valencia, mi ciudad. Como podemos observar se trata se trata del típico paisaje urbano de noche, con coches aparcados, farolas encendidas, persianas cerradas, árboles que se alzan a los lados de las aceras, personas deambulando sin rumbo fijo,…
En el aspecto técnico, o como diría R.Barthes en el studium, podemos observar claramente una serie de líneas que poseen todas ellas un punto común, que está aproximadamente en el centro de la fotografía, y donde se hallan 3 personas. Los inicios de estas líneas se encuentran todos fuera del encuadre por lo que al observar la instantánea, nos da la sensación de que nosotros, los observadores, somos personas que estamos en la calle, en un punto intermedio de la misma. Esta idea viene también reforzada por la altura a la que situó el fotógrafo su cámara cuando realizó la foto, está colocada muy intencionadamente a la altura de los ojos de cualquier persona que pudiera ir caminando por dicha calle, lo que provoca que cualquier observador, al verla, puede sentirse parte integrante del conjunto. Volviendo a las líneas, como hemos comentado, parten desde diferentes puntos del exterior para encontrarse en pleno centro. Esta característica le otorga muchísima profundidad a la imagen, ya que no solo vemos la dirección de las líneas, sino que podemos contemplar el sentido en el que estas líneas dirigen nuestra mirada: del exterior al interior. Si las líneas hubiesen comenzado dentro del encuadre, también conseguiríamos profundidad, ya que la dirección es la misma, pero de una manera distinta, ya que el sentido de las líneas no estaría tan claro como en el caso real y nuestra vista podría tomar como sentido natural el contrario: del interior al exterior, es decir la sensación de profundidad no sería tan exagerada como se ha conseguido en La calle Vinalopó. Esto es debido a que si el sentido fuese de dentro a fuera, nuestra vista se vería frenada al seguir las líneas. Otro motivo por el que considero acertado que las líneas comiencen en el exterior, aparte de la acrecentación de profundidad, y de la sensación de que el observador sea la de que se encuentra en el interior de la fotografía, es que es muy fácil imaginar lo que se encuentra en la parte oculta de la misma; lo que no vemos. Debido a que las líneas poseen un carácter muy regular, podemos pensar que, como realmente sucede, esas líneas se alargan indefinidamente. Gracias a esto, la fotografía actúa como metonimia, ya que nos muestra la parte de un todo: viendo un fragmento de la calle, podemos imaginarnos como será el resto de la misma, incluso nos podemos hacer una idea bastante aproximada de cómo son otras calles de la ciudad, pues la regularidad de las líneas y el desconocimiento de su comienzo, provoca inmediatamente que le atribuyamos un carácter generalista; estamos en una calle cualquiera de una ciudad, que no sabemos muy bien donde tiene su inicio, ni siquiera sabemos si existe dicho inicio, que se alarga hacia delante sin mostrar un final claro y también en la que podemos encontrar personajes a los que no podemos identificar, debido a la enorme distancia que nos separa de ellos. La situación de los personajes, que no personas, pues al estar en la fotografía, pasan de ser entes con vida propia a seres creados por el fotógrafo, como lo puedan ser los protagonistas de cualquier novela, es también idónea, pues se hallan a la máxima distancia posible para que su figura pueda ser identificada como la de alguien que estaba allí en ese momento*, pero que no sabemos quien; pueden ser cualquiera. Además, si las figuras humanas de la fotografía estuvieran más cerca, reducirían la sensación de profundidad de la fotografía, por lo que como hemos dicho antes, la posición es perfecta.
La regularidad de las líneas, y de la fotografía en general, pues las líneas están compuestas por los elementos que la componen: los árboles, las luces de las farolas, las farolas mismas, los coches aparcados, los adoquines de la acera, las líneas que unen las paredes de la finca con el suelo, las que señalan los salientes de la finca, incluso la forma de las persianas, es la que crea este efecto. Todas ellas están compuestas por elementos que adquieren esta característica lineal gracias a la repetición; podemos ver que existen numerosos coches todos aparcados iguales, muchas farolas, todas encendidas y creando la misma cantidad de luz, árboles plantados equidistantes,… esta repetición proporciona a la fotografía un carácter regular, que podríamos calificar incluso como rígido, pues ningún elemento se atreve a ir en contra de este orden.
A pesar de todo lo mencionado, cuando un observador se detiene frente a la foto para mirarla, la primera sensación que surge en su interior no es de pesadez, ni de tristeza ante la falta de vida y de libre albedrío, como se pudiera pensar al leer todo lo anterior, sino todo lo contrario; la fotografía transmite una paz y una tranquilidad aplastantes. ¿A qué es debido esto? Sin duda, a la luz. Como muchas veces se ha dicho y escrito, la fotografía es el arte de la luz, y en este caso, aun teniendo la luz un origen artificial, se convierte ésta en la esencia de la fotografía. Los puntos de luz (las farolas) y los reflejos que producen, tanto en el suelo como en la pared de la derecha son suficientes, no sólo para anular la rigidez y el orden explicado anteriormente, sino para cambiar totalmente la connotación de la instantánea. La belleza de este paisaje urbano tan típico reside principalmente en la blancura de la luz, en como esta luz baña todas las superficies y les otorga un resplandor que provoca que se conviertan en elementos que resulten acogedores y que propician una sensación de bienestar en el observador. La luz se convierte aquí en protagonista absoluto, desbancando sin apenas esfuerzo a los otros elementos que componen la fotografía, las líneas y los objetos que a su vez componen a éstas. La luz se erige también como creadora de texturas, por ejemplo al observar e reflejo de los coches en la pared negra de la derecha, podemos apreciar la absoluta falta de rugosidad de dicha pared, o también, los reflejos que vemos en los coches nos permiten casi sentir el frío acero con el que han sido fabricados o también podemos contemplar sus suaves curvas. En definitiva, la vista casi llega a realizar funciones destinadas a otro sentido. el tacto, y todo debido a la luz irradiada por las farolas. Para mí, estos reflejos serían lo que más me llaman la atención, lo que según R. Barthes sería el punctum de la fotografía. Esos reflejos que casi me dejan tocar la superficie de la pared lisa y negra de la derecha son los que realmente me hacen sentir parte de la imagen, los que me punzan, los que me hacen pensar que esta fotografía es distinta y especial. Es lo primero que llama mi atención al observar la foto, incluso a pesar de las férreas líneas que intentan llevar mi mirada al final de la calle.
Por estas razones, creo acertado afirmar que la fotografía es adecuada, ya que podemos ver los tres factores que debe explotar la fotografía y además, en el orden adecuado : la luz, las texturas y la correcta disposición de los elementos, es decir, un reparto equilibrado de las masas.
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